Die Blechtrommel (El tambor de hojalata, 1979), dirigida por Volker Schlöndorff, es una obra maestra del cine europeo. Basada en la novela de Günter Grass, combina realismo mágico, narrativa brutal y una reflexión sobre el ascenso del nazismo y sus consecuencias.
Estemos claros, DIE BLECHTROMMEL (The Tin Drum-1979) es un gran filme. No solo es una gran obra desde el punto de vista técnico, un excelente fresco estético repleto de imágenes icónicas e inolvidables, sino también una historia intensa y conmovedora que, en mayor o menor medida y dependiendo de la manera en cada uno de nosotros atisba y entiende el mundo, puede causar amor, devoción o antipatía. O incluso, todas esas cosas juntas. Una obra de arte no debe pasar desapercibida y ciertamente el filme de Volker Schlöndorff no lo hace. Basado en la novela homónima de Gunter Grass, la cinta sería ganadora de la Palma de Oro del festival de Cannes y del premio de la Academia.
El tema se puede simplificar en la historia sobre un niño pequeño y malcriado que decidíó no crecer más y que cuando da perretas rompe cristales con su voz. Pero por supuesto, la narración de Grass va mucho más allá. En realidad, la mirada de Grass evocada por Schlöndorff abarca todo el periodo de la preguerra y el ascenso del nazismo y luego ya la propia confrontación y la inmediata pos guerra. Los personajes, memorables; las actuaciones, soberbias y tremendas; la naturaleza de lo que se cuenta, brutal y humana, a pesar de las lecturas. Ya luego está la intención de justificar la vergüenza germana por el nazismo. Grass en sí mismo fue soldado del ejército alemán durante la segunda guerra mundial y luego un socialista más o menos convencido. ¿Y cómo puede una nación que se avergüenza de su pasado ser sustancialmente viable?
Todo el tono del filme, al igual que el de la novela, está teñido por el realismo mágico del cual Grass ha sido uno de los grandes pioneros. El discurso fantástico insertado en un contexto absolutamente realista, el acontecer de hechos increíbles pero absolutamente naturales dentro del tono de la historia, el fantasma del surrealismo a cada paso, el sexo como modelador de las acciones, hacen del filme de Schlöndorff una pieza singular dentro de la cinematografía de la Europa occidental de la época, y como colofón magnífico el sostenimiento de la humanidad allí donde el discurso repetido y monolítico de los triunfadores prevalece. Para Grass, al igual que para Schlöndorff, el horror proviene de la propia naturaleza del hombre más allá de cualquier ideología que la sostenga. De allí que el reflejo tremendo del ametrallamiento nazi de las monjas en la Francia ocupada o la salvaje violación de las mujeres alemanas por los soldados rusos tras la ocupación de la moribunda Danzig o la ilustración del judío usurero volviendo a copar los negocios locales tras la destrucción de todo, establecen la libertad y la legitimidad de la obra. En fin de cuentas, Grass y Schlöndorff terminan ubicándose, tal y como debe ser en estos casos, por encima del bien y el mal, que es el rincón al que pertenece la honestidad creativa.
(No hay dudas de que en buena medida Schlöndorff ha sido una de las influencias más notorias en la obra de realizadores como Jeunet y Gilliam, lo cual no es poco)