Gadafi advirtió en 2010 que Europa podría dejar de ser europea si no frenaba la inmigración masiva desde África. Su profecía se ha cumplido con creces. Hoy, la falta de fronteras reales amenaza la identidad del continente, mientras los efectos del globalismo y las guerras intervencionistas siguen desestabilizando regiones enteras.
El Eco Incómodo de una Advertencia Ignorada
En un artículo reciente publicado por The American Conservative, el analista Ian Smith rescata una cita profética de Muamar el Gadafi. En 2010, mientras negociaba un acuerdo migratorio con Italia, el líder libio lanzó una advertencia que pasó casi desapercibida en los grandes medios:
«Mañana, Europa podría dejar de ser… europea… ya que hay millones que quieren venir.»
La frase fue despreciada como alarmista por las élites progresistas y tecnócratas de Bruselas. Un año después, Gadafi estaba muerto. La OTAN, bajo impulso estadounidense y con el beneplácito de líderes europeos, impulsó su derrocamiento en nombre de la “Primavera Árabe”. El resultado fue un vacío de poder que transformó a Libia en un colador fronterizo y en un infierno para migrantes.
Del Centro Petrolero al Centro de Tráfico Humano
Como describe Smith en su análisis, lo que fue una nación petrolera con control territorial bajo puño de hierro se convirtió rápidamente en una tierra sin ley. Las rutas migratorias desde África y Medio Oriente pasaron a depender de mafias, milicias y traficantes que convirtieron la trata de personas en uno de los negocios más lucrativos de la región.
Entre 2013 y 2015, cientos de miles de migrantes utilizaron Libia como trampolín hacia Europa, pagando miles de dólares a redes criminales por un pasaje incierto en embarcaciones inseguras. Los desembarcos masivos en Lampedusa y el colapso de los sistemas de asilo en Alemania, Suecia y Grecia revelaron la absoluta falta de previsión de los arquitectos del orden internacional.
Estas mafias, que en muchos casos también manejan redes de explotación laboral y sexual, actúan con total impunidad. El Estado libio es una carcasa vacía, sin capacidad ni interés para ejercer control. La anarquía beneficia a los intereses globalistas que promueven el caos como medio para imponer políticas supranacionales bajo la excusa de la “crisis humanitaria”.
Angela Merkel y la Europa Abierta: El Inicio del Declive
Smith subraya con claridad que la apertura indiscriminada de fronteras, lejos de ser un acto de generosidad, ha sido una apuesta ideológica ciega. En 2015, la canciller alemana Angela Merkel declaró su célebre “Wir schaffen das” (“Lo lograremos”), abriendo las puertas a más de un millón de migrantes sin evaluar los efectos colaterales: aumento de la criminalidad, tensiones sociales, islamización de barrios enteros y crecimiento de células terroristas.
Alemania, país que hasta entonces era símbolo de orden y previsión, experimentó una ola de crímenes cometidos por inmigrantes recién llegados. Desde Colonia hasta Hamburgo, los titulares se llenaron de incidentes que los medios intentaron ocultar o minimizar. Pero los ciudadanos vieron, vivieron y entendieron. Y reaccionaron.
La OTAN y el Fracaso de la “Construcción Nacional”
La eliminación de Gadafi fue presentada por medios como Foreign Affairs como una “intervención modelo”. Hoy, como señala Smith con crudeza, Libia sigue rota, gobernada por facciones tribales, islamistas armados y señores de la guerra. En vez de democracia, hay esclavitud, racismo, tráfico humano y terrorismo.
Incluso Barack Obama, en un raro acto de honestidad, reconoció que el mayor error de su presidencia fue no haber planeado el día después de Gadafi. El mismo líder que promovió la apertura de fronteras en Europa reconocía la importancia de controlarlas. Ironías del globalismo.
Lo que fue justificado como una cruzada por la democracia no fue sino una operación geoestratégica para desestabilizar el norte de África y rediseñar la región según intereses ajenos a sus pueblos. El resultado es una ola migratoria imparable, cuyos efectos políticos y culturales se sienten hoy en París, Berlín o Estocolmo.
Italia Despierta, Bruselas Calla
En 2017, Italia pactó con la guardia costera libia un acuerdo que logró reducir el flujo de migrantes desde el norte de África. No fue una solución moralista ni progresista, sino pragmática y efectiva. Mientras tanto, en Bruselas, las burocracias siguen discutiendo cuotas, derechos abstractos y “valores europeos” que ya pocos recuerdan qué significaban.
Los pueblos europeos comienzan a rebelarse. Los gobiernos de Hungría, Polonia, Eslovaquia y ahora también Italia desafían abiertamente el relato globalista. Rechazan las cuotas de migrantes, denuncian la imposición cultural desde organismos supranacionales y defienden la soberanía nacional como un derecho inalienable.
Del Multiculturalismo Forzado al Nacionalismo Emergente
Durante décadas, la izquierda europea impuso un discurso de culpabilidad histórica, promoviendo la inmigración como redención. La “diversidad” se volvió dogma, sin importar los costos. Sin embargo, el multiculturalismo no ha traído integración, sino fragmentación. Los guetos culturales han reemplazado el tejido social compartido.
La criminalidad se ha disparado, el antisemitismo ha resurgido en barrios dominados por el islamismo radical y las libertades individuales —incluyendo la libertad de expresión— se han visto limitadas por el miedo a “ofender” sensibilidades extranjeras. Mientras tanto, quienes alzan la voz en defensa de su cultura son etiquetados como extremistas o “ultras”.
El crecimiento de movimientos como AfD en Alemania, Vox en España, Fratelli d’Italia en Italia o el Rassemblement National en Francia refleja una realidad: el ciudadano europeo común está harto de ser ignorado, de pagar los platos rotos del intervencionismo militar y del globalismo sin raíces.
Gadafi, el Nacionalista que Entendió la Fragilidad Europea
Gadafi no era ningún santo. Pero tenía algo que Occidente ha perdido: instinto de conservación. Comprendía que la estabilidad de un país, o de un continente, comienza por el control territorial. Por eso ofreció detener la migración hacia Europa, a cambio de inversiones para contener el flujo en origen.
Como bien señala Ian Smith, su visión era brutalmente realista: si Europa abría sus puertas sin límites, se desintegraría. No por racismo, sino por lógica geopolítica y demográfica. Los hechos le han dado la razón.
Europa Necesita Fronteras o Dejará de Ser Europa
Libia, Siria e Irak son recordatorios de que las aventuras intervencionistas nunca traen democracia, sino caos. Europa, por su parte, sigue atrapada entre la culpa histórica y la ingenuidad multicultural.
Gadafi lo vio venir. Lo dijo sin rodeos. Y lo pagó con la vida.
Hoy, más que nunca, se impone una verdad evidente: ninguna nación sobrevive sin fronteras reales. Quien no defiende sus límites geográficos termina cediendo su historia, su cultura y su soberanía.
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Gloria Savater colaboró en la redacción de este artículo de manera exclusiva para Hombres Sabios Magazine.