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La Grande Bellezza: Vacuidad y pretensiones estéticas

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La Grande Bellezza (2013) de Paolo Sorrentino, en una pieza fellinesca en su concepción estética y argumental, repleta de excesos visuales y de grandes porciones de metraje más enfocadas en el objetivo de crear una memoria contemplativa que en contar una historia sustanciosa. Para Sorrentino, sugerir parece ser más importante que decir, esbozar más que afirmar. De allí que el resultado final sea pretencioso y vacuo, no por el hecho de realzar la imagen, sino por el vacío que tal cosa produce.

O quizás se trata de que Sorrentino intenta retratar un mundo pretencioso y elitista, donde el “arte” es una especie de bien moral mayor que se regodea en la fatuidad y la autocomplacencia. En el mundo insustancial del arte, merodean los alabanciosos figurines que como pavos engreídos se pasean por la campiña de cualquier playa albina. Sorrentino envuelve una historia sobre la edad y sobre el sentido de la vida, abundante en diálogos cortantes e ingeniosos, en imágenes oníricas que pretenden llenar el vacío existencial de los personajes.

Pero tal oquedad no es reversible, lo que reafirma que La Grande Belleza ha sido sobredimensionada hasta el infinito, ganando premios que no significan nada (la Academia, el BAFTA, el EFA) y generando falsamente expectativas de sapiencia, cubriéndose de un velo intelectual prostético que, en mi opinión, no deja legado alguno.

Sí, la pieza de Sorrentino puede parecerle muy potable a esos que siempre presumen de un gusto refinado y soberbio, a los que están enfermos de “intelectualismo”, pero en la práctica no es una historia bien narrada o, quizás, ni siquiera sea una historia. Y si no hay historia, amigos míos, entonces en realidad tampoco hay cine.

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