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La Guerra con Irán: Un Camino Hacia la Destrucción

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La posibilidad de una guerra con Irán representa una amenaza significativa para Estados Unidos. Este artículo examina las implicaciones de tal conflicto, destacando las lecciones no aprendidas de intervenciones pasadas y la necesidad de una política exterior que priorice la diplomacia sobre la agresión militar.


Trump: entre la prudencia y los susurros del pantano

En su primer mandato, el presidente Trump prometió —y en gran medida cumplió— algo que parecía impensable en Washington: abstenerse de comenzar nuevas guerras. Esa fue una de las razones más poderosas por las que el pueblo conservador, rural y escéptico del “heartland” le otorgó su confianza.

Pero hoy, en los albores de su segundo mandato, los rostros conocidos del pantano vuelven a cercarlo. Neoconservadores reciclados, burócratas camaleónicos y aduladores de intereses extranjeros insisten en llevarlo por el camino del intervencionismo. Sus pretextos no han cambiado: seguridad, estabilidad, defensa de valores. Palabras huecas que ya han dejado millones de muertos y países reducidos a ruinas.


Irán no es un blanco fácil ni una amenaza existencial

A diferencia del Irak de 2003, Irán no es un régimen aislado ni una dictadura improvisada. Es una civilización milenaria, con un aparato militar sofisticado y con décadas de experiencia enfrentando ataques, sanciones y sabotajes. Pensar que puede ser neutralizada con un par de bombardeos quirúrgicos es una fantasía peligrosa.

El texto de O’Neill acierta en advertir que cualquier agresión desatará una reacción en cadena: misiles sobre bases estadounidenses, colapso de mercados, bloqueo de rutas energéticas y una nueva ola de conflicto regional. ¿Quién gana con eso? ¿Acaso el estadounidense promedio se beneficia si los precios del petróleo se disparan o si nuestros jóvenes mueren en nombre de intereses ajenos?

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El neoconservadurismo, la enfermedad persistente del poder

Los mismos que impulsaron las guerras de Bush hijo son quienes hoy cortejan a Trump. Algunos incluso se disfrazan de “republicanos leales” o “halcones pragmáticos”. Pero su agenda es clara: mantener el control global de Estados Unidos, no para proteger a su pueblo, sino para beneficiar a lobbies ideológicos y capitales extranjeros.

Desde Hombres Sabios lo afirmamos con claridad: la política exterior de Estados Unidos ha sido secuestrada por una visión globalista y sionista que antepone los intereses de Tel Aviv y Riad a los del trabajador de Ohio o de Dakota del Norte. Esa verdad incómoda ha sido tabú en la prensa oficial, pero el precio del silencio ha sido demasiado alto.


La disidencia conservadora debe recuperar su voz

O’Neill recuerda con razón que hubo un tiempo en que los conservadores entendían el valor de la prudencia. Taft, Eisenhower e incluso Reagan sabían cuándo frenar. Hoy, esa sabiduría ha sido reemplazada por una narrativa histérica: el enemigo siempre está a punto de atacar, la única respuesta es la fuerza, y el patriotismo se mide por el apoyo a la guerra.

Es hora de recuperar la sensatez. La verdadera fortaleza está en saber cuándo no combatir. Trump lo ha demostrado antes. Lo hizo al no lanzarse contra Siria. Lo hizo al buscar diálogo con Corea del Norte. Esa es la línea que debe mantenerse. La historia —no los aplausos del momento— será su juez.


La trampa globalista: fabricar guerras para destruir repúblicas

Hay un patrón que ya no puede ignorarse: los mismos que promueven las guerras, después claman por más vigilancia, más gasto público y más entreguismo a organismos internacionales. Cada guerra trae más Estado, más deuda, más control y menos libertad. ¿Dónde quedó el sueño americano de los Padres Fundadores? Enterrado en las dunas de Fallujah y Bengasi.

El ataque a Irán no solo destruiría vidas ajenas. Sería otro clavo en el ataúd de nuestra república. Alimentaría la máquina de guerra del Pentágono, engordaría a contratistas corruptos, y dejaría al ciudadano medio más pobre, más vigilado, más impotente.


Conclusión: no más guerras para intereses ajenos

Como dice George D. O’Neill Jr., y reafirmamos desde Hombres Sabios, Irán no es un paraíso. Pero eso no lo convierte en nuestro problema. Nuestro deber es con nuestras fronteras, nuestras familias, nuestros trabajadores. No con los intereses de élites extranjeras ni con cruzadas ideológicas que terminan en genocidios y éxodos.

Trump tiene una oportunidad histórica de corregir el rumbo. Escuchar su instinto y decir “no” a los nuevos fabricantes de guerras sería un acto de auténtico liderazgo.


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¿Volverá Trump a ser el presidente que se enfrentó al pantano, o cederá ante los mismos que arrastraron a América a su decadencia moral, económica y geopolítica?

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