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Trump y su Gran Estrategia para Oriente Medio

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¿Podrá en su segundo mandato cumplir con su visión de retirar a EE.UU. de guerras interminables?

Trump y su estrategia en Oriente Medio nunca ha sido un misterio: reducir el intervencionismo y priorizar los intereses estadounidenses. Ahora, con un segundo mandato en camino, el expresidente podría finalmente ejecutar su visión y liberar a EE.UU. de décadas de errores estratégicos en la región.

Desde su primera candidatura, Donald Trump ha denunciado las desastrosas guerras de cambio de régimen impulsadas por Washington. Afganistán, Irak, Siria y Libia han sido ejemplos claros de la incompetencia de la clase política estadounidense, que con su intervencionismo no ha logrado más que despilfarrar recursos, desestabilizar regiones y poner en riesgo la seguridad de EE.UU.

El costo de un imperialismo fracasado

Las cifras hablan por sí solas: entre 2003 y 2023, EE.UU. gastó casi 3 billones de dólares en Irak y Siria, mientras que la ocupación de Afganistán se extendió durante dos décadas sin lograr ningún resultado tangible. Lejos de garantizar estabilidad, la presencia militar estadounidense provocó más caos, facilitó el auge de grupos extremistas y sumió a EE.UU. en un ciclo interminable de guerras sin un objetivo claro.

En Irak, la eliminación de Saddam Hussein lejos de traer democracia generó un vacío de poder que permitió el ascenso del terrorismo y la guerra sectaria. En Afganistán, la intervención de EE.UU. se convirtió en una costosa guerra sin fin que terminó con la humillante retirada de las tropas en 2021, dejando el país en manos de los mismos talibanes que Washington se propuso derrocar.

Mientras tanto, la élite política y militar estadounidense insistía en que la presencia en Oriente Medio era indispensable para la seguridad global, ignorando el hecho de que cada intervención solo exacerbaba la inestabilidad y multiplicaba los enemigos de EE.UU. A nivel interno, el gasto descomunal en defensa contribuyó al colosal crecimiento del déficit, debilitando la economía y reduciendo la capacidad del país para atender problemas internos.

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La falsa necesidad de una presencia militar permanente

Uno de los mitos más persistentes de la política exterior estadounidense es la supuesta necesidad de una presencia militar permanente en Oriente Medio para garantizar la estabilidad global. Sin embargo, los hechos demuestran lo contrario.

Washington ha mantenido tropas y bases militares en la región durante décadas, y aun así, el terrorismo, las guerras civiles y la inestabilidad no han desaparecido. La idea de que la presencia estadounidense en estos países es la única garantía de orden es una ilusión promovida por el complejo militar-industrial y los neoconservadores, que ven en cada guerra una oportunidad para expandir su influencia y obtener beneficios económicos.

Además, la narrativa de que EE.UU. debe mantener una gran fuerza militar en Oriente Medio para asegurar el suministro de petróleo es simplemente falsa. La mayoría de los países productores tienen incentivos económicos para vender crudo independientemente de la presencia de tropas estadounidenses. Los precios del petróleo han subido y bajado por factores de mercado y conflictos locales, no por la intervención militar de EE.UU.

El regreso de Trump: ¿cumplirá su promesa?

Durante su primer mandato, Trump mostró una inclinación natural hacia una política exterior más realista y menos intervencionista. Retiró tropas de Siria, puso fin a la guerra en Afganistán y promovió los Acuerdos de Abraham, logrando avances significativos en la diplomacia regional sin la necesidad de enviar soldados a combatir.

No obstante, en algunos casos cedió a la presión del establishment militar y de asesores de línea dura. Mantuvo tropas en Irak y Siria más tiempo del necesario y permitió que la política hacia Irán se viera dominada por la retórica belicista de los neoconservadores. A pesar de sus instintos de negociador, no logró desmantelar por completo la maquinaria de guerra permanente que controla Washington.

Ahora, con un segundo mandato, Trump tiene la oportunidad de corregir estos errores y demostrar que su visión de una política exterior basada en los intereses nacionales puede prevalecer sobre la inercia de los globalistas. La clave será rodearse de asesores que compartan su enfoque pragmático y evitar caer en las trampas de los burócratas que han mantenido a EE.UU. atado a conflictos innecesarios.

Oriente Medio en la gran estrategia de EE.UU.

Desde una perspectiva geopolítica, Oriente Medio ha perdido relevancia en el equilibrio global del poder. En el siglo XXI, la competencia entre superpotencias está centrada en el Indo-Pacífico y en la rivalidad con China, no en los conflictos tribales del desierto.

Trump parece entender esto mejor que sus predecesores. Su administración dio pasos importantes para reducir la dependencia energética de EE.UU. con el auge del fracking, disminuyendo la necesidad de intervenir militarmente en regiones petroleras. Además, su enfoque en fortalecer la economía y la industria nacional indica que su prioridad es devolver a EE.UU. la autosuficiencia, en lugar de seguir derrochando recursos en aventuras militares inútiles.

En términos de seguridad, la estrategia más inteligente no es mantener miles de tropas en bases extranjeras, sino reforzar las capacidades de inteligencia, utilizar operaciones encubiertas y priorizar la defensa del territorio nacional. La amenaza del terrorismo puede combatirse de manera más efectiva con medidas internas que con despliegues militares masivos en el extranjero.

Un punto de inflexión para EE.UU.

El regreso de Trump a la Casa Blanca representa una oportunidad única para cambiar el curso de la política exterior estadounidense. Si logra ejecutar su visión de una política más realista y menos intervencionista, podría sentar las bases para una nueva era en la que EE.UU. se concentre en fortalecer su economía, proteger sus fronteras y defender sus intereses sin necesidad de actuar como el “policía del mundo”.

Después de décadas de políticas erráticas y costosas, el retiro estratégico de Oriente Medio no sería un signo de debilidad, sino una muestra de que EE.UU. finalmente ha aprendido de sus errores. La historia ha demostrado que las intervenciones militares rara vez producen los resultados esperados y, en la mayoría de los casos, terminan generando más problemas de los que resuelven.

Trump tiene una segunda oportunidad para demostrar que su instinto es el correcto. Si evita caer en las trampas del establishment y sigue su propio criterio, podría redefinir el papel de EE.UU. en el mundo y romper con el ciclo interminable de guerras innecesarias. El gran desafío será resistir las presiones del complejo militar-industrial y mantenerse firme en su visión de una política exterior verdaderamente enfocada en el bienestar de los ciudadanos estadounidenses.

La gran pregunta es: ¿permitirá Washington que Trump haga lo correcto o volverá a sabotear su agenda para preservar sus propios intereses?

Rafael Piñeiro’López, Armando Febles Ramírez y Gloria Savater colaboraron en la redacción de este artículo