He escuchado o leído a menudo, en los últimos días, que el “dictador” Putin ha restablecido el sistema de Zares en la Rusia. ¡Una falacia destinada a generar estados de opinión! La realidad es que Putin no ha restablecido nada. La Rusia imperial ha sido siempre zarista. También la madre patria de los soviets. (Desde sus orígenes tártaros y aquella decantación de Dios por el joven Mijaíl en el siglo XVII).
Putin es el heredero de una casta; un heredero impuesto por aquella plebe de escasa y casi nula vocación democrática. Deudor de Pedro el Grande, Zar carpintero, y de Catalina, la mujer más poderosa de la historia. Legatario de Alexander I, el vencedor de Napoleón, y de Nicolás I, el perdedor de la guerra de Crimea. Sucesor de Alexander II, el último gran Zar, el reformista, y del autócrata Alexander III. Descendiente moral del desdichado Nicolás II y del más sanguinario y poderoso de todos los zares que han asolado a Rusia, el georgiano Iosif Stalin.
Jrushchov, Brézhnev, Andrópov, Chernenko y hasta el ajado camarada Gorbachov, le precedieron. También el borrachín y temperamental Yeltsin. Todos zarillos de mediana ralea. Putin ha superado el legado de los pos-stalinianos, apostando por la perdida grandeza de la Rusia oriental y por las glorias de aquella URSS guerrera, más que por la pretendida república que nunca ha sido (ni será).
Putin, amigos míos no es un ideólogo ni un comunista reciclado. Las ambiciones del enanillo de Leningrado trascienden las ideas, pues son geopolíticas y profundamente nacionalistas. El imperio que intenta resucitar no es el de los obreros y proletarios, sino el de los mujiks cibernéticos y el de la guardia blanca. Por ello es que Putin ha sido más Nicolás I que Pedro el Grande…
- Rafael Piñeiro-López, editor general