Justin Trudeau renunció como primer ministro de Canadá tras nueve años de gobierno, en medio de presiones internas y externas. La caída de su popularidad y la crisis económica post-pandemia evidencian las falencias de sus políticas liberales y globalistas.
Justin Trudeau anunció su renuncia como primer ministro de Canadá y líder del Partido Liberal, en medio de una creciente presión tanto de su propio partido como de la oposición. Tras nueve años en el poder, la popularidad de Trudeau ha caído considerablemente debido a un descontento generalizado por cuestiones económicas como el aumento de los costos de la vivienda y los alimentos, y la crisis del costo de vida post-pandemia. Su dimisión llega en un contexto de escrutinio intensificado, especialmente luego de la renuncia de Chrystia Freeland, su ministra de finanzas, en diciembre de 2024. Esta dimisión se debió a una disputa sobre el manejo del gasto presupuestario y las estrategias diplomáticas frente al próximo mandato presidencial de Donald Trump.
La situación se tensó aún más con el anuncio del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, quien propuso un arancel del 25% a los productos canadienses, como parte de sus esfuerzos para frenar la inmigración ilegal y aumentar el control fronterizo. Este anuncio, sumado a sus bromas sobre la posible anexión de Canadá a Estados Unidos, puso en evidencia la creciente fragilidad de las relaciones bilaterales. La reunión de Trudeau en Mar-a-Lago, lejos de evitar esta amenaza económica, solo exacerbó las tensiones dentro del Partido Liberal y aceleró su decisión de dimitir antes de que se convocara una reunión de emergencia.
A pesar de sus intentos de gestionar la transición de manera efectiva, el futuro político de Trudeau es incierto. En las encuestas actuales, el Partido Liberal se enfrenta a una posible derrota frente al Partido Conservador de Pierre Poilievre en las elecciones anticipadas previstas para octubre. La división interna en su partido y las presiones externas derivadas de la relación con Estados Unidos resaltan la delicada situación que atraviesa Canadá, un país atrapado entre las tensiones globales y los problemas internos de gobernabilidad.
La decisión de Trudeau de mantenerse en el cargo hasta que se elija a un sucesor ha sido interpretada como una estrategia para evitar dejar el liderazgo en manos de una figura interina no electa. Sin embargo, esta maniobra parece más un intento de ganar tiempo que una solución a largo plazo. El legado de Trudeau, inicialmente celebrado por su liderazgo resiliente y sus políticas de inmigración inclusivas, se está desmoronando. Su mandato culmina con un notable descenso de la confianza pública, una profunda división dentro de su partido y relaciones internacionales tensas.
Las políticas liberales y globalistas que Trudeau defendió durante su gobierno, basadas en la apertura de fronteras y la cooperación internacional, han mostrado sus limitaciones frente a las crecientes presiones económicas y los desafíos geopolíticos. En lugar de una prosperidad compartida y un liderazgo visionario, el mandato de Trudeau deja como legado una Canadá fracturada, vulnerable a las tensiones externas y con una gestión económica cuestionada. En este escenario, el futuro de Canadá depende de cómo logren reorganizarse las fuerzas políticas internas y cómo se replanteen las relaciones con el entorno global, marcado por la ascendente figura de Donald Trump y el resurgimiento de políticas proteccionistas.