El diálogo entre Trump y Putin ha reavivado la discusión sobre un alto fuego en Ucrania, mientras la élite de Bruselas critica sin fundamento. Washington predice un acuerdo total en semanas, pero la hipocresía internacional y la doble moral en las negociaciones dejan en evidencia un panorama donde la retórica global se contrapone a la falta de compromiso real.
La reciente conversación entre Donald Trump y Vladimir Putin ha causado incomodidad entre los arquitectos del discurso oficial. Mientras los medios occidentales repiten mantras sobre “la amenaza rusa” y la “defensa de la democracia”, lo que verdaderamente ha desconcertado a la élite de Bruselas y Washington es que Trump, sin filtros y sin pedir permiso, haya abierto la puerta a una salida negociada del conflicto. Una salida real, concreta y con sentido estratégico. Un alto el fuego que no responde al guion habitual de los burócratas globalistas, sino al interés nacional y a la lógica de los hechos.
Trump no actúa como los líderes moldeados por los manuales del Departamento de Estado o por los institutos de política exterior financiados por capitales oscuros. Él no disimula que la paz debe beneficiar a su país. No oculta que todo pacto debe ir acompañado de un beneficio claro para Estados Unidos, sea económico, energético o estratégico. Es eso precisamente lo que lo vuelve peligroso para quienes llevan años utilizando a Ucrania como campo de pruebas para su agenda ideológica y económica.
El discurso oficial europeo, que gira en torno a valores abstractos como la “defensa de la libertad” y la “unidad atlántica”, hace agua cada vez que se confronta con la realidad. Porque la realidad es que Ucrania ha sido sacrificada en el altar de los intereses occidentales. La guerra ha sido prolongada, no por falta de oportunidades para negociar, sino porque una paz verdadera no conviene a quienes lucran con el conflicto. No hay contratos millonarios de reconstrucción, no hay comisiones por venta de armas, no hay control geopolítico sin guerra. La paz es mal negocio para ellos. Pero no para Trump.
Volodímir Zelensky, en este contexto, ha pasado de actor político a actor literal. Su papel es el de la víctima heroica, un rol útil para justificar el envío interminable de armas y dinero que, en muchos casos, termina en bolsillos ajenos al interés ucraniano. Desde su llegada al poder ha sido domesticado por una red de intereses que lo sostiene, lo promociona y lo usa. No es un jefe de Estado, sino una marioneta. El poder real está en otras manos: en los lobbies armamentistas, en las fundaciones globalistas, en los despachos europeos donde se planifican guerras que otros deben pelear.
El alto el fuego parcial ya conseguido, y que ahora busca expandirse, no es una fantasía. Es resultado de conversaciones directas, técnicas, que no pasaron por la ONU ni por la OTAN. Y precisamente por eso, los medios occidentales se han encargado de ridiculizarlo. ¿Quién quiere que funcione una propuesta que no fue autorizada por los arquitectos del nuevo orden internacional? Washington, bajo la influencia directa de Trump, ha confirmado que “en pocas semanas” se podría cerrar un acuerdo total. Nadie en Bruselas, Berlín o París quiere que eso ocurra, porque dejaría en evidencia que el conflicto pudo haberse evitado desde hace tiempo.
La propuesta estadounidense para operar una central eléctrica ucraniana como medida de estabilización es una pieza clave. No solo representa una solución inmediata a un problema crítico para la población ucraniana, sino que apunta a un modelo de cooperación basado en resultados, no en ideología. Trump no necesita imponer valores abstractos. Él propone seguridad, inversión y, desde luego, retorno. Una visión clara de paz basada en el beneficio mutuo. Europa, en cambio, prefiere seguir lanzando millones de euros sin control ni resultados tangibles, a cambio de una narrativa heroica que justifique su decadente papel en la escena global.
La comunidad internacional, esa entelequia que supuestamente vela por la paz y el derecho internacional, ha demostrado una y otra vez que carece de voluntad para resolver conflictos si no obtiene dividendos políticos o financieros de ellos. Las cumbres del Consejo Europeo, donde Ucrania siempre “domina la agenda”, son ejercicios inútiles de diplomacia de salón. Disertaciones estériles, declaraciones vacías, y un cinismo insultante. El conflicto sirve para mantener ocupados a los medios, justificar gastos militares, y fortalecer un eje de control centralizado que niega a los pueblos su soberanía bajo el pretexto de salvarlos.
Zelensky fue útil mientras representó esa narrativa. Pero hoy, ante la posibilidad de que Trump y Putin logren un acuerdo real sin la intervención del aparato globalista, su figura empieza a estorbar. Ya no lidera nada, ni decide nada. Es un actor secundario cuya función ha sido suplida por negociaciones más serias. Negociaciones que, si prosperan, dejarán al desnudo la inutilidad de todo el teatro montado en los últimos años.
Lo que se ha revelado con esta conversación entre Trump y Putin no es solo una posible paz. Se ha revelado que el sistema actual se opone activamente a cualquier solución que no pase por sus manos, por sus lobbies y por sus intereses creados. Se ha revelado que los gobiernos occidentales no defienden a Ucrania, sino que la utilizan como excusa. Que no luchan por la democracia, sino por el control.
Trump, a pesar del asedio constante al que lo someten los medios, sigue demostrando que es el único líder occidental dispuesto a romper ese círculo vicioso. Lo hace con una visión clara: si va a haber paz, debe haber ganancia. Si va a haber reconstrucción, debe haber inversión estratégica. Si Estados Unidos va a comprometerse, debe hacerlo con un plan concreto que beneficie a su nación y no a los mercaderes de la guerra.
Mientras tanto, Europa seguirá celebrando cumbres, financiando ONGs ideologizadas, y enviando armas a una guerra que dice lamentar, pero que en realidad alimenta. Su modelo de “solidaridad” es una farsa revestida de diplomacia. Su deseo de paz es un espectáculo. En el fondo, ninguno de esos actores desea un alto el fuego. Porque la paz les deja sin negocio, sin excusas, sin poder.
La historia recordará quién apostó por el diálogo y quién por la destrucción. Y, si los hechos avanzan como parece, también recordará que fue un líder tachado de “peligroso” el que más cerca estuvo de devolverle a Europa la estabilidad que tanto finge desear.
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