Mientras Estados Unidos destina miles de millones de dólares a la USAID para financiar activismo ideológico en el extranjero, China avanza estratégicamente en su dominio global a través de inversiones en infraestructura. Pekín no impone políticas progresistas ni subvenciona cambios de sexo en países en desarrollo. En cambio, construye carreteras, ferrocarriles y puertos, asegurando su influencia en regiones clave. Estados Unidos está perdiendo la batalla del poder blando, y la administración debe reconsiderar su estrategia antes de ceder completamente su hegemonía.